Hoy encontré una Ibagué graciosa y delirante. Sofocada bajo
el sol y el desorden. Estaba contento en el carro entre músicas y gritos. Entre
los claxon y bullicio de la calle. Por momentos perdí el balance, por momentos
permanecí aturdido, por momentos quedé desamparado, pero existieron momentos
con escuadrones de luz. El calor te deja embriagado por momentos. Pero a las
cinco de la tarde ya la cordillera nos protege del sol. Sólo queda el bullicio
que aumenta por llegar hacer la hora pico, la hora de salida de todos. Otra
idea infecunda de las que se me ocurren, es que debería existir un horario
escalonado, es decir, diferentes horas de salida. En lugar de salir todos entre
las cinco y seis, el horario de salida debería ser desde las cuatro hasta las
siete y treinta. Alguien debe tomarse en serio las estadísticas y dar una orden
que le dé un balance a la jornada. Tanto coches, tanto bullicio. Ahora que
reviso este primer párrafo me parece despreciable y fatal. Pero hoy fue otro
día de diligencias. En la noche, las cosas mejoraron. No sé cómo resulté con un
poema. Debo confesar, que aunque no fui hoy al taller de literatura, hice la
tarea.
PASEO CON LA LIBÉLULA.
Estuve paseando con una libélula,
sobrecogido con el vibrar de sus alas iridiscentes.
Me regaló una centella de espuma,
una chispa entre dos comillas que ansiaban citar a Lorca.
Olía azul, así lo sintió mi mano.
Deseaba escuchar el vapor de sagitario en su dorso,
el minotauro posó sus manos en sus caderas.
La membrana de sus alas se tensionó con el sórdido bufar,
La membrana de sus alas se tensionó con el sórdido bufar,
batió sus cuatro alas para exponer su ombligo
Seguí candoroso para verla volar
Le conté que guardaría una mariposa en mi insectario,
que sería más suave que el viento que la hace volar.
La libélula guardó sus caballitos de plata, en zapatos
negros, cerrados.
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