“A
mis más nobles amigos, suplico perdón;
en
cuanto a la chusma maloliente y veleidosa,
que
se vean reflejados en mí, pues no soy
espejo
adulador que les engañe. Lo volveré a decir,
tratándolos
así, estamos cultivando la ruina del Senado,
la
cizaña de la sedición, la revuelta y la insolencia
que
nosotros mismos hemos labrado, sembrado y esparcido
al
dejar que se nos acerquen, a nosotros, los nobles y elegidos,
que
sólo carecemos de aquella virtud y autoridad”
La palabras de Coriolano hacia el pueblo que lo
destierra (3, I, 68-77)
Hoy me vi Coriolanus, dirigida por Ralph Fiennes.
Una magistral versión. Recomendada. Es una adaptación cinematográfica británica
de la tragedia Coriolano de Shakespeare. Ralph Fiennes además la protagoniza. Creo
que serían unas buenas palabras para empezar un discurso en una tiranía. Ya me
imagino un acto así por parte de un Ministro de Defensa. Un escenario
descabellado, pero con la xenofobia que parece emanar de nuestros dirigentes.
Espero estar equivocado en esa afirmación. Pero muchos estarán de acuerdo que
nuestros dirigentes así lo demuestran. Que el desprecio que profesan por la
plebe duele más con las acciones de corrupción, que mi hipotético discurso de
golpe de estado. Una alocución que yo empezaría así. Claro está, en caso de que
me diera el “síndrome de Uiriburu” (me pareció que de todas las dictaduras de América
Latina este era un nombre muy sonoro, me refiero a la dictadura de José Félix
Uriburu). Los síntomas de este síndrome se han percibido en Colombia a comienzos
del siglo XXI, pero no pienso discutir sobre eso. Sólo quiero imaginarme un
discurso con fuerza y por la fuerza, un relámpago en la médula No quiero
frases prefabricadas que cohesionen un discurso, que mantenga los abyectos
problemas de siempre, la pobreza, la injusticia, el populismo. Tampoco quiero
la lucha discursiva de potenciales géneros políticos. No, yo me imagino una
presentación discursiva fulminante, una que tengamos que oír por la potencia
del conflicto que acaece, uno imaginario, un golpe de Estado por ejemplo. Uno
que no reconozca la presencia del otro. Que no la reconozca porque manifiesta
abiertamente hacerlo. Que el pueblo sumiso deba aceptarlo. Que por un momento
esa humillación y ese desprecio que exhiben con el saqueo de las arcas del
pueblo, sea un acto leal y fiel. Un acto donde estaremos seguros que la
coacción ideológica y por la fuerza, llegó como una peste que debemos padecer.
Que la plaga exponga a los muertos como sus verdaderas víctimas. No que tengamos
que hacer cálculos de que se puede hacer con la plata perdida. Bueno, ya sé que
me hizo mal la película. De todos
modos Shakespeare siempre lo
deja a uno reflexionando.
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