Vientos de antaño soplaban a través de las palmas. Girardot
no es ya el pueblo en que pase mi infancia. El día fue largo, salimos a las
4:00 pm, al cumpleaños de mi tía Amparo. Celebramos en una casa del barrio la
magdalena. Estaban todos. La brisa alzó alondras en todo corazón. Hace tiempo
no bailaba. La música que le gustaba a mi madre sonó a intervalos. Salsipuedes,
Carmen de Bolívar, Caprichito y otros temas de Lucho Bermúdez, unos boleros y
recuerdo también algún tema de José Feliciano. Todos siguiendo el rio. Hubo
hasta trencito. Los niños por todos lados, como sintonizando el caos. Gente que
viene, gente que va. Los meseros surtiendo bebidas con suprema diligencia. Los
niños querían desafiar a los padres saliendo a rodear la piscina. Los boleros
brillaron como luciérnagas. Todos hablaban poniendo al día sus noticias. El espejo
de agua de la piscina se erizó como piel de gallina con la briza. El hombre en
todas las edades es un niño. Los mariachis llegaron con una tonada fuerte, que
una vez terminada se tomaron tanto tiempo en conectar y ensamblar equipos que,
pensamos se les había olvidado las canciones. El novio de mi prima Margarita
cantó. El árbol de caucho majestuoso se mecía. En una sola mesa estaba todo el
otoño del Magdalena. Una estrella fugaz despertó el ladrido de un perro. Sirvieron
comida, lasaña, ensalada y arroz con nueces. La calma se asienta cuando los
niños comen. Los meseros abandonan su devoción al servicio. Todos se levantan
ayudar, traer, llevar, surtir. Los camareros acertaron en el momento justo para
exhibir su ausencia. Luego, vuelvo a ser raptado para ser pareja de baile.
Cuatro canciones más, y soy escolta por unos minutos, acompañando a tomar taxi.
Más tarde camino con mi primo Fernando José a dejar a mi tío Gerardo en casa. Me devuelvo a despedirme. Abordamos el carro
nuevamente, mi hermano, su novia y mi padre. Al llegar a Ibagué parece hacer
frío.
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