En la Biblioteca Darío Echandía, el vigilante de la noche
tiene un pingüino de mascota. Es un ser
silencioso pero exigente con su amo. De manera estricta solicita desde
el periódico del día, hasta una versión muy especial, una imitación del grimorio
de la Gallina Negra. Pero si el pingüino tiene el rigor de un monje al leer “El
Heptamerón” en el siglo XIII, su problema es la severidad con que reclama intensidad
en el aire acondicionado. Hoy asistí al taller de escritura creativa. El
pingüino al parecer tenía calor. Era el día de poesía. El frío nos venció en el
último round. Revisamos a Robert Graves, el mismo de “Yo, Claudio”. Del cual me
acuerdo porque de niño vi la adaptación de la BBC para televisión. Eso fue cuando
el pingüino no había nacido y uno permanecía más tiempo en la biblioteca. Graves
es un escritor exigente con los orígenes de la antología poética, el pingüino
con emular los vientos antárticos. De Graves leímos sobre su devoción hacia “La
Diosa Blanca”. Para empezar dimos unos giros alrededor de las venus paleolíticas.
Deseando ver en sus curvas un asomo del matriarcado en la antigua Europa. El
pingüino estaba dichoso con la conferencia, pero el público y la conferencista,
tiritaban de frío. Hablamos de Graves, de su mujer, de cómo en una habilidad
envidiable logró llevar a su amante a vivir con su esposa, de su amor por lo
femenino y de su copiosa producción literaria. Una de las cosas que me dejó
pensando, fue el poco tiempo que el señalaba tenía para la poesía. Al asomarme
otra vez al internet a leer de Graves, me tropecé con esta frase que dice mucho
de su relación entre la prosa y la poesía: “Los libros en prosa son perros de
muestra que yo crío y vendo para mantener a mi gato”. Por otro lado el
vigilante no mostraba al pingüino, era suficiente con el frío para que todos lo
supieran. Después de leer algo como: “Ahora cuando nuestros cuerpos arriesgan
un encuentro, temen desencadenar la furia de sus sentidos, y sólo en el breve
desmayo de la despedida se estremecerá tu risco o vacilará mi ola”, no se le
olvida a uno que en Wimbledon, hay algo más que un torneo de tenis con una
grama para un picnic. Robert von Ranke Graves, nació allí. Dejó su legado, el
de todo poeta, la invocación a la Diosa Blanca es el fin de todo poema verdadero.
Para el vigilante, su legado será un ensayo de cómo mantener en cautiverio un
pingüino y lograr una mirada rápida a Robert Graves. Para terminar mi pasaje
del blog, y para los poetas, dejo una frase de Graves sobre poesía. “Un poema
perfecto es imposible. Una vez que se ha escrito, el mundo terminaría”. Para el
pingüino, con el calentamiento global, un clima perfecto es imposible, pero con
un buen amo y una biblioteca todo comienza.
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