Al amanecer el autobús matraqueaba como si estuviese
moribundo. A pesar de ser ruidoso, es el sonido cíclico el que te adormece.
Como si tuvieras una serenata industrial que sustituye a los sedantes. Fui a buscar a un trabajador al sur de la
ciudad. Era un pintor que dejó algunas paredes sin retoque en la casa. Llevaba un
libro que compré de segunda en el parque Galarza. Pero me quedé leyendo el
paisaje verde de la cordillera. Cada bandazo, sacudida, me despertaba del
trance. Sé que este estado es un lugar común. Sé que a todos nos ha pasado. Sé
que todos estamos meditando, cavilando, discurriendo, fluyendo. Lo que no
entiendo es porque no se le ha creado un verbo, uno que signifique que estas en
un vehículo, que por el desplazamiento, por el vibrar cíclico que percibes del
movimiento, por el paisaje cambiante, por apreciar el cambio de posición en un
tiempo superior al de tu capacidad motriz, estas en la frontera del mundo de
tus sueños. Por sentir eso, no hay un verbo específico. Una sola palabra que en
su conjugación te de la idea de esa meditación casi obligaría, como si fuese la
ley de gravedad, que te lleva a un encuentro con lo absoluto, contigo mismo. Algunas
veces he pagado a un taxi para que a la azarosa voluntad de chófer, me lleve
hasta gastar un monto fijo de dinero. Un paseo en el que dejo un sitio final de
llegada, pero dejo a disposición del taxista en que rutas retorcidas y extensas
me va gastar mi dinero. Prefiero esto con auriculares y música propia. He recibido
algunas malas caras porque solicito no ser distraído hasta cumplir con el
trato. Muchos quieren hablar con el cliente, como si fuese parte del contrato
de utilizar un taxi. A veces no estoy seguro de que quiero con este
desplazamiento, lo cierto es que busco la sensación a la que no le encuentro el
verbo. Alguna vez realicé esto en un autobús. Pero terminé en un extremo de la
ciudad muy tarde en la noche. Era la última parada y muy tarde en la noche. El
chófer se levantó de su silla y yo todavía estaba mirando a través de la ventana. Me despertó
anunciando que era el final de su ruta. Me bajé preocupado por estar tan lejos
de casa. Afortunadamente el paraje no parecía mostrar peligro. Lo curioso es la
seguridad que brinda el vehículo. Cuando te dejas llevar por ese momento no hay
peligro. Dos veces lo he realizado solicitado silencio, sin escuchar música, dejándome
caer en ese onírico espacio, donde tu personal confluencia te da una sensación
de levedad completa.
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